sábado, 24 de octubre de 2009

La elección de ideología

Existen lazos respecto de los que algunos han llamado la atención debido a su durabilidad, la cual en apariencia entraría en una contradicción con su naturaleza, de carácter, digamos, heterogéneo, si aludimos así a una heterogéneidad que da toda la impresión de disgregarse (otender a eso). Claro que se pueden describir variedad de lazos así, los cuales suscitaran distintas opiniones para quien los considere.

Tomemos el caso de la disputa ideológica y entendamos por ello la que se dá entre quienes (independientemente de la agresividad que a veces hay en algunas de estas) suscriben a distintos sistemas de pensamiento, cada uno de los cuales busca la coherencia interna y el imperio de la lógica dentro de sus dominios, y hasta tal punto que uno de los puntos en disputa puede llegar a ser, con relativa frecuencia, justamente, la posesión de estos mismos atributos para el sistema defendido. Es cierto que el apasionamiento en la discusión no es un signo que pase desapercibido, pero tampoco ha de serlo la viscosidad que parece adherir a los contendientes como si hubieran quedado fijados.

Una primera cuestión que podría plantearse aquí concierne a la elección de sendos sistemas por parte de los protagonistas de la disputa que, para simplificar, concebiremos como si fueran dos (comentario aparte, he notado que este blog viene siendo bastante dualista, no?). ¿Qué hace que a uno le resulte más propio lo alemán, por ejemplo, y a otro lo ruso? O ¿porqué uno elogio especialmente lo inglés, mientra el otro lo francés? Es evidente que cada cual suscribe discursos que toma del medio social y lo único que hacen, desde este punto de vista, es tomar el relevo en algo que se viene gestando desde antes, ocupando lugares que ya estaban enfrentados y que los determinarán como sujetos. Así, podríamos concebir como entidades simbólicas que se relacionana entre sí y tiene un aspecto diacrónico que se dasarrolla a través de las generaciones. Se podría indagar, entonces, si existe un núcleo inmutable de un conflicto determinado que confronte dos de estas entidades, las cuales a su vez se definirán a partir del mismo como esencial para ellas, y cuyo revestimiento irá variando con la historia, los nombres que las designen, tanto a las entidades como los conflictos, y también los medios en que se materialice (guerras, contiendas políticas, en la prensa, competencias deportivas, etc.). O al contrario, se llegará a la conclusión de que no existe nada inmutable y que los sucesivos conflictos no responden a un mismo nucleo que reviste distintas formas. Veamos un ejemplo referido al tema de la diacronía: un sujeto abraza el sistema religioso que da lugar, más tarde, a una concepción militarista. Nos referimos al «Hombre de los lobos», caso publicado por Freud en 1918.

En realidad, el caso no es particularmente apto para la cuestión que tratamos aquí, aunque hay un aspecto que sí. Su religiosidad era en sí conflictiva, es decir, su posición era tal que encarnaba en un sujeto el conflicto que venimos describiendo como encarnado por dos. En realidad, después retomaremos esto que es justamente el punto que dió inicio al post mismo, pero antes enmarcaremos lo que queríamos decir. El hombre de las ratas había sido intruducido en el sistema religioso cristiano. Luego le ponenen un preceptor alemán que tuvo gran influencia sobre él, el cual por no conceder valor a la beatería ni verdad a la docrtina religiosa, hizo caer ambas cosas para él. Esta primera “sublimación” fue “relevada” por una “mejor sublimación de su sadismo”. Empezó a interesarse por los relativo al soldado, uniformes, armas y caballos. Y he aquí algo que decíamos arriba:

“Un efecto postrero de su dependencia del maestro, que pronto lo abandonó, fue que más tarde prefiriera el elemento alemán (médicos, sanatorios, mujeres) al de su patria (subrogación de su padre), lo cual significó también un ventaja para la transferencia en la cura” (p.65)

Esta preferencia (que es la misma que determina la adopción de tal sistema de pensamiento y no otro) se concibe aquí como preferencia de un rasgo, por lo que la sistematización es de carácter secundario. Y notemos que este relevo es presentado como discontínuo: se abandona una sistema por otro. Y, por la consideración que del primero tenía el preceptor alemán, podría hasta conjeturarse que entre ambos existía, en aquél entonces, algún tipo de conflicto, aunque sólo sea el mero principio de contradicción. También pueden pensarse otras modificaciones de naturaleza diferente, es decir, transformaciones que hagan al orden del sistema y no a la elección que hace el sujeto relativa a sus preferencias, etc.


Una segunda cuestión es sobre el grado de interdependencia o autonomía que sean propios a los respectivos sistemas o bien a quienes los encarnan. Detengámonos un momento en la cuestión entre marxismo y liberalismo. Marx despliega sus sistema (Das Kapital) claramente como una crítica del liberalismo. Una crítica encendida. Entonces ¿es sus sistema una entidad autónoma que se desarrolla siguiendo una lógica interna, o al contrario, es una entidad cuyo despliegue es enteramente dependiente del de su contraparte, tanto sea procurando rebatir los postulados de ella, como concebir alternativamente las cuestiones?

Conjeturamos lo siguiente: la preferencia es un hecho primero que en cada caso dependerá de algo como en el ejemplo citado, la marca que deja un deteminado maestro en la infancia, un subrogado paterno, o lo que fuera. Y dada ésta, la elaboración de la lógica y la coherencia, de naturaleza secundaria, está determinada precisamente por la interrelación entre sistemas. Es la dialéctica misma la que promueve la sistematización de los sistemas en cuyo punto de partida encontramos simples rasgos, pero que además están, desde un inicio, en oposición. Esa oposición no necesita pensarse a la manera en que llega a desarrollarse tras todo un despliegue doctrinario: la mera necesidad de un rasgo cualquiera, para poder distinguirse, de oponerse al resto, ya es el germen del conflicto. Y, mientras más se confundan entre sí, más florida podrá devenir la dialéctica entre ambos.

Ahora bien, este sería un punto de vista materialista. Opongamosle uno idealista. Podemos concebir el conflicto tanto encarnado por dos sujeto como por uno sólo. Ahora bien, tratándose de dos ¿de qué naturaleza es el vínculo de cada uno con el otro? Para cada uno la descripción puede ser la misma. La doctrina defendida es el pensamiento oficial (de sí), sea cual sea la dependencia que lo valide. Si nos abstraemos de la subjetividad contendiente (del otro) la cosa no cambia, pues su doctrina es completamente representable en tanto contraria. Pero esta mutua necesidad ¿responde únicamente a una necesidad dialéctica? Es decir, ¿es sólo por imponerse en esta dialéctica que estudian los movinientos del adversario? Es obvio que no. Antes que eso, hay un dualismo que se superpone y que de alguna manera el conflicto ayuda a hacerlo menos perceptible. Este otro dualismo es el que se genera por la preocupación del sujeto de apartar lo propio de lo ajeno en esa acción que aquí llevamos descripta como secundaria. El pensamiento, en su acción primera, inmediata, avanza en cualquier dirección. Da un argumento a tal bando, refuto el de tal otro, se jacta de un acierto u otro, postula tal cosa como falsa, tal como cierta. De manera secundaria, el raciocinio mismo, por llamarlo de alguna manera, se encarga de poner las cosas en orden. Es cierto que esta elaboración secundaria es racionalista, pero la “organización” interna de los sistemas no es algo que esté dado en sí y se desarrolle de a fases u oleadas. Esa organización puede concebirse cada vez como la tarea misma de la elaboración secundaria. Pero entonces, la preferencia que mencionamos arriba ¿donde ubicarla, en la acción inmedita del pensamiento, o en el resutado de la elaboración secundaria? Evidentemente, así como en el inconsciente no existe la negación, la acción primaria del pensamiento no prefiere un elemento a otro. Pero la organización que resulta de la mediación racionalista está coartada de posicionarse de tal o cual manera, al menos en la generalidad. El posicionamiento es el punto de partida de la defensa.