viernes, 16 de octubre de 2009

Estética pseudotrascendental

Es algo que se realiza con mucha frecuencia el abordar la cuestión de la política adoptando como tema central los conflictos que se generan en ella. Y al hacerlo, muchos procuran seguir la pista con un proceder dualista (aunque muchas veces se superpongan diversas dualidades) en el que se define para cada hecho aislado o agente del mismo su pertenencia a tal o cual noción dicotómica (en tanto elemento de una clase), o la pertenencia de la misma a él, con exclusión de la otra (en tanto predicado de un sujeto). Por si hasta ahora viene confuso, menciono un ejemplo claro: la visión marxista tiene un principio general en el que las cosas del mundo se dividen entre "burguesas" y "obreras", y a partir de ahí es posible y necesario resolver tanto la disposición relativa a lo que se trate (cuando la consideración es especulativa), como la incidencia en le curso de las acciones (cuando concierne a la praxis).

La función de dichas clases es como la de un concepto puro de la razón, sólo que, en lugar de poder postularse como universal de todo sujeto cognoscente, su alcance deberá restringirse nada más que a aquellos que puedan definirse como marxistas. Claro que esto conduce al problema relativo a dicha "identidad" o identificación o como se quiera hacer alusión a la posibilidad de que sea atribuible a un sujeto un atributo tal. Antes que eso, podemos notar que la utilización mencionada de las clases sociales, en tanto conceptos puros, supone que dichas clases designen algún tipo de entidad, es decir, supone que el sujeto cognoscente (o no) en cuestión albergue en su ontología una entidad para cada una de las nociones dicotómicas que distribuyen de a pares sus objetos.

Antes que nada, una aclaración más. Es evidente (si se piensa en el ejemplo referido, así como también en otros) que dichos supuestos "conceptos de la razón" no tienen mucho que ver con aquellos de la Crítica de la Razón Pura, y que incluso podrían ser tomadas como nociones de la experiencia que por lo tanto no tienen nada de puras.

Pero adoptamos la expresión puesto que su función desde un punto de vista no ontológico, sino epistemológico, es homóloga a la atribuye Kant a los conceptos puros. Y diría más, más se asemeja aún a la descripción que hace de las formas puras de la intuición sensible. Por lo cual, obrero y burgués podrían denominarse las formas puras de la percepción marxista (Eso sí, el tema es cuál es el espacio y cuál el tiempo). Y a diferencia de la estética de Kant, acá el método -por no valer para todo sujeto- no toma los conceptos ni como reales ni como trascendentales. Así, se desdobla la cuestión y, por ejemplo, en lugar de preguntarse sólo si los universales de que se trata refieren a entidades reales o ideales, descubiertas o inventadas, la cuestión también recae en cómo ha de concebirlas aquél para quien tienen la mentada función, independientemente del sujeto congnosciente que examina el tema (que no es el mismo que en quien dichas clases son eficaces en la determinación de su percepción estética). Pero ¿tiene sentido esto? Es decir: ¿en el tipo de sensibilidad examinada aquí, las clases que la organizan deben, para poder hacerlo, presuponer una concepción particular sobre aquello que nombran o, si se quiere, significan? No es simple la respuesta pues, en el ejemplo mencionado en el que en general va unida la predilección por el historicismo y por el materialismo, uno se inclinaría (si se saltea el paso especulativo) a creer que entonces las clases son concebidas como ideales e inventadas. Y en otros ejemplos (como lo sería cierta doctrina católica donde hubiera lo bueno y lo malo) en los que en lo común los universales se consideran entidades reales creadas por un creador "eterno" y etc., etc., deberíamos concluir lo contrario. Sin embargo, acá lo que interesa no es a qué concepción de los universales suele ir ligada la cosmovisión subirdinada a taleso cuales categorías, cosa que es más bien de una psicología estadística, y en la que rápidamente obtendríamos la respuesta.

Veamos el tema así: es obvio que uno podría superponer de un lado lo bueno con lo obrero, lo malo con lo burgués (en el sentido de que ocuparín lugares semejantes en la estructura pseudotrascendental de cada una de las dos cosmovisiónes). Dado que la dualidad es similar, uno supondría que el mecanismo de acción, su infrestructura subjetiva, son la misma, con la mera modificación de los términos que caen en los distintos lugares, es decir sus nombres (puesto que se trata de nombres). No digo «sus nombres» porque crea que funcionan denotando esos lugares, sino porque son nombres y, a la vez, funcionan en tal o cual lugar (sin que el emplazamiento tenga que ser nombrado por él). La principal simplificación en que se puede incurrir, podría decirse, es la de creer que lo que el postulado doctrinario enuncie respecto de una categoría sirva como la explicación o interpretación que sirva para examinar la funcion ocupada por aquél término homónimo de la categoría, función en el sentido dicho recién, es decir, en el sentido de forma pura de la intuición (si bien lo de pura debería reexaminarse contemplando de qué manera la misma experiencia va afectando, a la manera de una memoria, al aparato percipiente, a la estructura misma que informan la percepción). Esta simplificación sería en la que se incurriría al decir, por ejemplo, que, como en la doctrina católica el bien es un persona y el mal es una persona, entonces en tal caso las categorías que polarizan la visión de mundo en una dicotomía lo hacen en tanto se conciben como nombres de entidades personales, eminentemente reales y eternas. Lo mismo si se dijera lo contrario del marxismo, arguyendo que la burguesía es un proudcto del devenir histórico material llamado a ser superado por sutitución en tanto agente de la historia por el proletariado. Es decir, que la doctrina postule algo no significa que su funcionamiento concreto (el de ese algo) en el desenvolvimiento de la persona que adopta tal docrtina sea el que la misma postula. Es una obviedad: no todo lo racional es real. La cuestión pasa a ser entonces de caracter empírico, se resueve con la evocación de casos singulares de la experiencia común.

Pero esto nos lleva a una pregunta que es previa ¿tiene sentido pretender dar a lo que concebimos aquí como una patología de la creencia, una cosmovisión, y más precisamente para las categorías que organizan la sensibilidad en ella, una peculiar preconcepción de sus categorías fundamentales, no en tanto integrantes de la arquitectura doctrinaria, sino de la arquitectura trascendental?

Y, como ya dijimos, correjiríamos para evitar una error interpretativo el término trascendental por pseudotrascendental, ya que no se trata aquí de un sujeto universal y cognoscente, sino de un sujeto que se haya singularmente confundido en algo que le ofrece el desarrollo cultural.

Anticipamos que la cuestión no admite el cortocircuito de darla por resuelta con sólo decir algo como que la propia noción de universal como fantasmagoría tiene su origen en la estructura cognoscitiva del sujeto donde prolifera. Esto pues desplaza la cuestión sin explicarla ni
aclararla ni un poco. Sólo se limita a descalificar la posición realista, pero esa es otra cuestión y no la que viene al caso aquí. El espacio, por ejemplo, dirá alguno, es inherente a todo conociemiento sensible, y por lo tanto es universal o predispone al sujeto a que conciba la universalidad. Pero el espacio ¿es una cualidad que tiene lo sensible que existe en lo sensible o una entidad aparte, de naturaleza ideal? Todo esto en realidad conduce a los problemas modernos de filosofía.

La bondad y maldad, mucho después de haberse representado por personajes fantásticos (por la fe), fueron representados por pechos en la teoría psicoanalítica. Y de algún modo, esto también se remonta a la idea básica de un principio de placer-displacer. Solo que existe una inversión. Lo positivo era el ser, y su ausencia el mal. Para el Entwurf, en cambio, el placer es la ausencia de exigencia o de excitación nerviosa, y el flujo nervioso -sobre todo pulsional- es vinculado con lo demoníaco. Pero, en fin, ya es sabido que no podemos esperar de la fisiología la última palabra en este asunto.

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