viernes, 13 de agosto de 2010

Razón Práctica y Software libre

Para todo aquel que adquiera o haya recientemente adquirido un ordenador es el caso más frecuente el que éste venga provisto de Windows 7 como sistema operativo. Ahora bien, la relación entre entre el saber y la computación es cosa que para los más suele ir de suyo, según una comprensión intuitiva, en general pre-óntica (si se admite el sintagma). Por lo demás, su relación con la praxis está presente en la palabra misma de tecnología con que se designa su campo. Pero ¿qué lugar tiene allí una razón práctica y, en particular, cual sería -de haberlo- el de una que fuera pura?

Esta pregunta parecerá a muchos quizá banal, y no pocos podrán tenerla por una que conduce a una cuestión de esas que los libros ya no suelen tratar y que si lo hacen lo es sin referencia especial al aspecto que aquí interesa y sólo como elucidación y exégesis de fuentes modernas, es decir, propias de un tiempo del que nos separa un período.

Sin embargo, para que ocurra lo último debería alguien centrarse demasiado exclusivamente en una perspectiva que, no obstante, no lo abarca todo. Volviendo a la cuestión, lo que suele verse es que el énfasis se pone en general en el uso especulativo y en el técnico-especulativo. Pero ya no cabe, como se hacía hace algunos años, atribuir a la senilidad el carácter de obstáculo para acceder al vínculo con el ordenador. En aquella época se acusaba, a veces, la falta de saber para precluir dicha relación objetal (si se me permite la expresión). Pero dicha falta parece ahora al contrario condición del uso (que ha proliferado, sin duda) de dichas maquinas electrónicas.

Parecería, pues, que pasamos de un extremo al otro (cosa que algnos lamentan, como los retornistas que quieren ver en el pasado la sabiduría ubicada en la vejez); pero dicha conclusión sólo se sostendría de un fundamento fenoménico, es decir, escotomizando lo que es en sí y no tan sólo su representación subjetiva. En cambio, lo que sí puede verse con claridad a la luz del día, es que la apariencia especulativa del asunto se superponía a un fundamento práctico. Dicha ilusión (del género de aquellas en las que la razón cae, ya por naturaleza, ya por costumbre) no es casual, pues sólo la facultad especulativa se relaciona propiamente a las formas de la intuición, quedando la práctica relegada a una atemporalidad y a una tópica bien diversas a las de aquélla, de la que sólo pueden citarse formas que, si bien pueden proveer alguna idea de ella (ya que contradicen, como decimos, los conceptos que ordenan el mundo fenoménico), esta idea es no obstante falsa para una crítica que no confunda la representación subjetiva con la realidad objetiva, puesto que lo que hacen es representarla mediante las mismas formas puras de la intuición que nos separan para siempre de su intelección tal cual sería en sí. Intentan darnos, como la teología negativa, una representación aproximativa a aquello que no puede nunca representarse, sólo que en este caso recurriendo a lo que de la intuición menos parece mostrar el concepto puro de la razón, asimilable por tanto a la falla. Dichas formas son la de los sueños en tanto forma menos depurada por la razón pura especulativa, pero que no obstante revisten las formas de la estética trascendental.

Ahora bien, no se crea que se “critica” (hablando, por una vez, propiamente) el uso especulativo de la razón en su relación con el ordenador para concluir que se trata, meramente, de una cuestión técnica-especulativa. Y debe observarse aquí que vale la pena una crítica que deslnde lo técnico-especulativo de los práctico patológico, cosa que no será tratada aquí no obstante.

Tenemos, pues, distintos tipos de software: lo hay privativo, lo hay libre, también de código abierto, también freeware, etc. Esta enumeración relaciona denominaciones que dependen de criterios distintos, superpuestos entre si que, por tanto, no corresponden a un clasificación consistente. Ya en su nombre, el software libre y el freeware aluden al único hecho de la razón práctica (hecho éste desarrollado extensamente por Kant en la crítica que le dedica a esta facultad racional). Pero cabe recordar la distinción que Richard Stallman establece y que es pertinente para el término inglés free, y que no ocurre del mismo modo con la traducción adoptada en nuestra lengua, pero dónde se pone de manifiesto, no obstante, en la expresión canilla libre, en la cual está presenta una ambigüedad homóloga. Dicho sintagma no se relaciona (al menos no directamente) con el uso práctico de la razón, pero se reclama para el de “software libre” una que le concierne íntimamente.

Un punto de vista bastante común se basa en el equívoco mencionado y cree que la gratuidad es la differentia specifica del software libre, quedando así opuesto al privativo. Si bien la rectificación de este punto resulta sobradamente sencilla para alguien que disponga en parte del buen sentido, ya que basta con notar que no todo freeware es software libre así como la noción un poco menos común de que no todo el software libre es gratis.

Este equívoco tiene su origen, por un lado, en el economicismo de quien lo sustente, quien sólo ve diferencia en el costo pecuniario (es decir, 'con la mano en el bolsillo', como se dice a veces) de los fenómenos del mundo escotomizando el uso práctico de su propia razón tomándola (cuando se convence de que es por dichas valuaciones que determina su propia voluntad) por reflejo de ellos cuando no son más que sombras de las cosas que se proyectan en el interior de una caverna, como ocurre en las salas de cine. Por otra parte, es una cuestión práctica, si bien no pura: determinadas voluntades convierten lo que es medio y condición en otra, en fín (si bien no incondicionado). Expliquemosnos un poco en lo relativo a este punto.

Toda determinación práctica, con o sin fundamento puro (como lo sería en el caso de una voluntad autónoma), tiene su lugar en el encadenamiento de los fenómenos. Por tal motivo tiene siempre un aspecto mecánico, ya concierna a su causa, en el caso de que la voluntad sea heterónoma, ya su efecto, en caso contrario. Como ya dijimos, el “no saber” es un aspecto esencial en todo uso del software -a tal punto que sólo con éste bastaría para una diferenciación entre el que es libre y el que es privativo- y, en algunos casos, la forma de garantizarlo es, simplemente, encriptando el código, cosa que resulta inconsistente con los criterios que definen el software libre e implica que sea privativo. Esto se vincula también a la proliferación de eufemismos, por ejemplo en aquéllos sistemas operativos de Microsoft en los que se usa tanto como en el partidismo, el significante 'seguridad' para obtener avales por parte de los usuarios (actualizaciones de seguridad, etc.). Claro que la ignorancia (docta o no) y el saber al respecto no son nunca -no podrían serlo- cabales, y lo que estamos destacando aquí son funciones antes que entidades. La función del no-saber implica que éste puede ser el resorte de una voluntad. Esto es común a todos los típos de soft. Pero este no-saber puede vincularse a un conocimiento técnico o a un objeto fenoménico. El conocimiento técnico se refiere siempre a los fenómenos, pero corresponden a nociones que hacen las veces de reglas prácticas que no contienen más que la suposición de que puede hacerse 'x' cuando se exige que 'y' se haga. Son pues, como según Kant los postulados prácticos de la geometría, “reglas prácticas bajo una condición problemática de la voluntad” (Cf. el Cap. De los principios de la razón pura práctica de la parte Analítica de la segunda Crítica).

Ahora bien, dichas reglas prácticas condicionan a priori una multiplicidad de voluntades relacionadas todas con la variable 'y'. De este modo, independientemente de la naturaleza de 'y' y de su forma pura, existe 'x' como principio que se refiere a una voluntad que toma como campo práctico cierto volumen a escala social. Ahora, la relación entre la voluntad que quiere 'y' y la regla 'x' puede revestir formas variadas.

Debemos tener presente que el modelo de este tipo de lazo social es el intercambio mercantil. En su relación con la circulación del capital, el circuito del consumidor tiene su fin y el de aquel que encarna la función del capital, otro. Dicha duplicidad se mantiene a lo largo del intercambio, donde A y B quieren respectivamente 'x' e 'y', y toda una dialéctica surge aquí debido al hecho de que 'x' e 'y' son medio y fin, según se los considere en función de A o de B. Si somos, en realidad, un poco más preciso, nos vemos obligados a decir que A requiere que B se sirva de 'x'. Y así resulta facilmente comprensible, a la luz de las nociones que Aristóteles establece en su Política, de qué modos puede 'x' afectar una voluntad. En efecto, el software privativo, bajo la condición de encriptar el código (nos centramos en este aspecto parcial), se esquematiza mediante un A que requiere que B se sirva de 'x', sólo que sin saber servirse de él. En oposición a esta modalidad -y siguiendo con las funciones sociales descriptas por el filósofo) está la de una A que quiera que B sepa servirse de 'x'.

Dejamos pues para un post posterior una consideración que no se limite a un sólo aspecto del lazo con A y que nos conduzca más allá de la vía especultativa y pueda llegar a captar algo sobre qué tiene para decir la Razón Práctica, por más que por su título éste blog parezca querer limitarse al uso especultivo, ámbito en el cual no sería posible resolver las antinomias que plantea el asunto en cuestión originando una dialéctica que por sí mismo jamás podría resolverse en el ámbito de la especulación por más que ésta sea racional, y menos si no lo es.